Yo
volví a nacer cuando me fui a vivir a Alicante y más aún el día que un tal
Pedro Girona se cruzó en mi camino. Andaba yo en aquellas fechas preocupado en
mis metas profesionales, en tener una buena casa, un buen coche y una buena
moto. Entraba dinero y así como entraba, salía, vamos, lo consumía. El dinero
se iba en ropa, cenas, viajes, muebles, tenía una vida de lo más consumista, y
porque no decirlo, era feliz. Cuando me enteré de la llegada del tal Pedro a mi
empresa, hermano de uno que ya trabajaba conmigo, encendió en mí una luz de
alarma en que vi que todo por lo que había luchado en la empresa, se lo llevase
el con su llegada. Lo recibí bien, tendiéndole mi mano y dispuesto a ayudarlo
en todo lo que me fuera posible, y desde aquel día fue mi compañero inseparable
en el trabajo y fuera del. Lo primero que hizo fue cambiar la emisora que sintonizábamos
en la furgoneta y en el trabajo (puso Radio 3) y con ello le dio un vuelco
total al sentido musical que yo tenía. Ya iba bien encaminado, pero me puso en
la dirección correcta. Pero en lo que realmente me encaminó fue en la forma en
que afrontaba la vida. No le preocupaba llevar dinero o no, no le importaba
tener una casa o vivir en cualquier lado compartiendo casa, le daba igual la
comida, comía cuando tenía hambre, no se inmutaba con nada, respetaba a las personas,
admiraba a los animales y cuidaba su entorno. Le llamábamos “el jipi” o “el
rojillo”. Era rojillo por fuera pero muy verde por dentro. Cuando tenía un
rato, escapaba a la sierra del segura, donde había nacido y donde tenía su
fuente de vida. Se cogía el saco y se camuflaba en la sierra en la berrea de
los venados, cuidaba de los olivos centenarios de su pueblo en aras de la
producción de aceite ecológico, era de dar paseos por el campo y de coger la azada
para plantar unos tomates, que luego degustábamos, con sal, olivas y buen
aceite. Nos fumábamos unos buenos cigarros con su tabaco “ecológico” (muy verde
también) unas cervecitas y a ver pasar la vida haciendo lo que mejor se puede
hacer con ella: disfrutarla. Siempre cumplía con su trabajo y siempre cumplía
con su amistad: “lo que mejor que puede hacer un amigo por ti es no echarte las
cosas en cara ni decir lo que debes o no hacer”. Todo en mí cambió con mi
relación con él, así como el día a día en esta tierra tan desconocida para mí,
con un ritmo y un paisaje tan diferente al gallego, unas gentes tan diferentes
y tan dispares, un idioma desconocido (que poco a poco fui haciendo mio) y una
inmigración galopante que hacía que convivieses y trabajases con italianos, alemanes,
franceses, ingleses, rumanos, rusos, cubanos, argelinos, marroquíes, holandeses,
andaluces, castellanos, extremeños… Era un lugar en donde no había fronteras,
las banderas eran de cada uno y el idioma lo compartíamos entre todos. Me
mezclé con negros, moros, sudacas, mafiosos, traficantes, trapicheros, putas,
maricones, explotadores, matones y un largo etc. de personas que están en una
escala social diferente a la que consideramos gente normal, y en todas ellas tan
solo me encontré lo que son: PERSONAS.
Entre
un ambiente tan desconocido hasta entonces para mí, y el buen hacer de mi amigo
Pedro, desterraron de mí a la persona conservadora que era, y fui mudando poco
a poco mi aspecto, mi forma de pensar y sobre todo de vivir. Siempre dije que
para conocer lo bueno siempre hay que conocer lo malo, y a día de hoy tengo
bien claro lo que considero malo en esta vida.
De
vuelta a Galicia y con una vida tan diferente que con la que me fui, seguí con
la lección bien aprendida para la sorpresa de familiares y amigos y me encontré
con la sinrazón del incomprendido. Hoy soy tal y como soy, como me gusta, con
las contradicciones que a veces conlleva la vida que profeso y convencido de
que el mundo y la vida tal y como está concebida es equivocada.
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